Cuadro: El hombre herido, Autorretrato de Courbet (1844-1854)
"Tomemos a los hombres como son,
no como deben ser"
Schubert
¿Qué es Misantropía? Como todos
lo sabemos, literalmente significa “odio al ser humano”. Ahora me pregunto yo: ¿Odio?
¿Están seguros? Pues veamos.
Primero que nada, y para quienes
no me conocen, comparto con ustedes mi abierta misantropía: actitud, tendencia,
inclinación, que no la he tomado así porque sí, sino que, con el paso de los años,
la he ido reconociendo en mí como algo intrínseco –al igual que esta mano que teclea
o esta nariz que chorrea gripe- en el curso de mi vida, como resultado de ciertas
experiencias concretas, como por ejemplo, mi otrora filantropía (amor al ser
humano) mal pagada.
¿Misantropía como desamor? Sí,
efectivamente. Me he dado cuenta que la Misantropía es análoga a ese desprecio –producto
del desamor- que el enamorado no correspondido siente por su ingrata, puta y
tonta amada a la cual no olvida: la humanidad.
Para hacerme entender un poco
más, confieso, con orgullo y vergüenza a la vez, que en mis años más jóvenes fui
un filántropo empedernido. Era de esperarse: era esa clase de joven inexperto,
ingenuo, esperanzado, optimista, que se indigna con las injusticias de la vida
y toma, con irreverente ignorancia, el emblema del Che, por ejemplo, como
propio para empezar alguna revolucioncita y formar, así, un justo e igualitario
estado de cosas donde ya nadie sufra y todo sea eterna felicidad. ¡Marxima ingenuidad!
No contaba, por entonces, con
que el humano, y sobretodo las masas (que son las que cagan, por lo general,
toda respetable empresa del hombre ejemplar que intenta guiarlas), era un
parásito, una infección… parafraseando a mi querido Schopenhauer: una molesta “capa
de moho”, y en palabras de mi estimado Nietzsche: “una enfermedad”. Cosa que,
con el tiempo y mientras mi barba iba brotando de mis cachetes lisos como
nalgas, lo fui comprobando irremediablemente con dolor.
¡Estaba enamorado de la
humanidad! Quería salvarla, guiarla, por poco ser su Mesías: de niño soñé con
ser cura misionero o médico; y mas tarde, de joven, me decepcioné tanto de dios
como de la ciencia, entonces probé con la política y milité en el comunismo, en
el anarquismo, en el anarco-comunismo, fui un antifascista convencido, y a
veces hasta pacifista. Visité tantos colectivos como mierdas visita la mosca en
un domingo lleno de perros en la Carolina, y ahí empezó todo.
Tenía ideas diferentes, las
mismas que chocaban con la manadita filántropa de turno. Sentía que no me
soportaban y yo no los soportaba; y, como el águila que mientras se aleja más lo
ve todo claro, fui cosechando los amargos frutos de la lucidez y el pensamiento
independiente mientras más me iba elevando: bajo mis alas, los intereses escondidos,
la cuadradez de miras, la manera en que todo termina como un dogma más, las
amistades por interés, las traiciones, el vicio, la rapiña, etcétera, se hacían
visibles y sólo no lo pude soportar. Era engañarme a mí mismo mantenerme en ese
caldo de falsedades por un ideal.
Hasta hubo un momento en mi vida
en que encontré una minoría con mi forma de vida, pero fui la minoría de la
minoría, la excepción de las excepciones y otra vez volé… Entonces me alejé,
abandoné las colectividades y me enclaustré en el panteón de los grandes
hombres muertos y sus lecturas, insomne en medio de la noche, en continua
guerra contra el sueño, viendo desde mi ventana el odioso espectáculo de la
infecciosa civilización.
Ni les cuento cómo me fue cuando
empecé a trabajar, porque si así me fue con los supuestos revolucionarios,
¡imagínense ustedes con la gente normal y promedio!
Y, ojo, no digo que no hay que
luchar por un cambio o por una revolución, ni que hay que enclaustrarse
egoístamente en el propio metro cuadrado mientras se pudre el mundo. Pero si
digo que los tales filántropos y revolucionarios se dejen de ingenuidades y
niñerías confiando en el hombre como que fuera algo santo o bueno por
naturaleza. ¡Ya en más de dos mil años hemos comprobado que no es así! Lo que
el gran hombre logra, los hombres lo malogran. Lo que el individuo hace, las
colectividades lo deshacen. Es una ley. O sino pregúntenle a Sócrates, a Jesús,
a Descartes, a Bolivar o a Nobel. O lean un poco de historia o sino quieren,
miren algún documental de historia en el Youtube.
Y lo peor y más contradictorio de
todo es que soy amable, que no me pesan las manos cuando se trata de ayudar a
otros, que me parte el alma cuando me pongo en los zapatos de los otros, como
el enamorado que hace todo lo que le dice su puta, ingrata y tonta amada aunque
la odie.
Por eso, creo que la misantropía
más que odio es desamor e ira contra una humanidad que no despierta y que a
todo el que la ama lo llama loco o idiota, como a Zaratustra, que después de
haber sido ridiculizado por el vulgo, tuvo que regresar con la misma viada, convencido
de que no era su tiempo, a la soledad de las montañas.
Odio a la humanidad porque
alguna vez la amé. La odio por su poco (por su falso) amor hacia sí misma. La odio
porque quizá la sigo amando, pero es una puta, y duele.
Carlos Realpe
Al contrario de lo que me sucede a ti, yo nunca he sentido un especial amor por la humanidad. Nunca me atrajeron las misiones sociales ni políticas, luchar por una causa siempre me pareció una idea fútil. Confieso que siempre fui más egoísta, y me ha importado mucho más mi mundo interior que el exterior. Como pare de la ley de la compensación darwiniana, el Hado me dotó de una extrema empatía y sensibilidad para poder distinguir los estados de ánimo de la gente, lo que me ha impedido la mayoría de las veces hacerles daño conscientemente. Deduzco entonces que la naturaleza me creó para ser un ente que cree (del verbo crear) en lugar de uno de destruya; en la vida hay tres clases de humanos: los creadores, los destructores y los transformadores. Creo que, al igual que yo, tú perteneces al primer grupo. Saludos,
ResponderEliminarJaneko
Sin embargo, la empatía está ahí, que es compasión. Pero el hombre es un animal ingrato. Como quisiera ser tambien del tercer grupo y, porque no, del segundo. Soy un creador con urgencia destructora para transformar. Si, mi misantropía es un desamor. La sigo amando a la maldita y perra humanidad y por eso la odio, porque no vale la pena. Gracias por leerme!
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