sábado, 6 de octubre de 2012

La Misantropía como Desamor



Cuadro: El hombre herido, Autorretrato de Courbet (1844-1854) 

"Tomemos a los hombres como son, 
no como deben ser"
 Schubert


¿Qué es Misantropía? Como todos lo sabemos, literalmente significa “odio al ser humano”. Ahora me pregunto yo: ¿Odio? ¿Están seguros? Pues veamos.
Primero que nada, y para quienes no me conocen, comparto con ustedes mi abierta misantropía: actitud, tendencia, inclinación, que no la he tomado así porque sí, sino que, con el paso de los años, la he ido reconociendo en mí como algo intrínseco –al igual que esta mano que teclea o esta nariz que chorrea gripe- en el curso de mi vida, como resultado de ciertas experiencias concretas, como por ejemplo, mi otrora filantropía (amor al ser humano) mal pagada.

¿Misantropía como desamor? Sí, efectivamente. Me he dado cuenta que la Misantropía es análoga a ese desprecio –producto del desamor- que el enamorado no correspondido siente por su ingrata, puta y tonta amada a la cual no olvida: la humanidad.
Para hacerme entender un poco más, confieso, con orgullo y vergüenza a la vez, que en mis años más jóvenes fui un filántropo empedernido. Era de esperarse: era esa clase de joven inexperto, ingenuo, esperanzado, optimista, que se indigna con las injusticias de la vida y toma, con irreverente ignorancia, el emblema del Che, por ejemplo, como propio para empezar alguna revolucioncita y formar, así, un justo e igualitario estado de cosas donde ya nadie sufra y todo sea eterna felicidad. ¡Marxima ingenuidad!
No contaba, por entonces, con que el humano, y sobretodo las masas (que son las que cagan, por lo general, toda respetable empresa del hombre ejemplar que intenta guiarlas), era un parásito, una infección… parafraseando a mi querido Schopenhauer: una molesta “capa de moho”, y en palabras de mi estimado Nietzsche: “una enfermedad”. Cosa que, con el tiempo y mientras mi barba iba brotando de mis cachetes lisos como nalgas, lo fui comprobando irremediablemente con dolor.
¡Estaba enamorado de la humanidad! Quería salvarla, guiarla, por poco ser su Mesías: de niño soñé con ser cura misionero o médico; y mas tarde, de joven, me decepcioné tanto de dios como de la ciencia, entonces probé con la política y milité en el comunismo, en el anarquismo, en el anarco-comunismo, fui un antifascista convencido, y a veces hasta pacifista. Visité tantos colectivos como mierdas visita la mosca en un domingo lleno de perros en la Carolina, y ahí empezó todo.
Tenía ideas diferentes, las mismas que chocaban con la manadita filántropa de turno. Sentía que no me soportaban y yo no los soportaba; y, como el águila que mientras se aleja más lo ve todo claro, fui cosechando los amargos frutos de la lucidez y el pensamiento independiente mientras más me iba elevando: bajo mis alas, los intereses escondidos, la cuadradez de miras, la manera en que todo termina como un dogma más, las amistades por interés, las traiciones, el vicio, la rapiña, etcétera, se hacían visibles y sólo no lo pude soportar. Era engañarme a mí mismo mantenerme en ese caldo de falsedades por un ideal.
Hasta hubo un momento en mi vida en que encontré una minoría con mi forma de vida, pero fui la minoría de la minoría, la excepción de las excepciones y otra vez volé… Entonces me alejé, abandoné las colectividades y me enclaustré en el panteón de los grandes hombres muertos y sus lecturas, insomne en medio de la noche, en continua guerra contra el sueño, viendo desde mi ventana el odioso espectáculo de la infecciosa civilización.
Ni les cuento cómo me fue cuando empecé a trabajar, porque si así me fue con los supuestos revolucionarios, ¡imagínense ustedes con la gente normal y promedio!
Y, ojo, no digo que no hay que luchar por un cambio o por una revolución, ni que hay que enclaustrarse egoístamente en el propio metro cuadrado mientras se pudre el mundo. Pero si digo que los tales filántropos y revolucionarios se dejen de ingenuidades y niñerías confiando en el hombre como que fuera algo santo o bueno por naturaleza. ¡Ya en más de dos mil años hemos comprobado que no es así! Lo que el gran hombre logra, los hombres lo malogran. Lo que el individuo hace, las colectividades lo deshacen. Es una ley. O sino pregúntenle a Sócrates, a Jesús, a Descartes, a Bolivar o a Nobel. O lean un poco de historia o sino quieren, miren algún documental de historia en el Youtube.
Y lo peor y más contradictorio de todo es que soy amable, que no me pesan las manos cuando se trata de ayudar a otros, que me parte el alma cuando me pongo en los zapatos de los otros, como el enamorado que hace todo lo que le dice su puta, ingrata y tonta amada aunque la odie.
Por eso, creo que la misantropía más que odio es desamor e ira contra una humanidad que no despierta y que a todo el que la ama lo llama loco o idiota, como a Zaratustra, que después de haber sido ridiculizado por el vulgo, tuvo que regresar con la misma viada, convencido de que no era su tiempo, a la soledad de las montañas.
Odio a la humanidad porque alguna vez la amé. La odio por su poco (por su falso) amor hacia sí misma. La odio porque quizá la sigo amando, pero es una puta, y duele.


Carlos Realpe 



2 comentarios:

  1. Al contrario de lo que me sucede a ti, yo nunca he sentido un especial amor por la humanidad. Nunca me atrajeron las misiones sociales ni políticas, luchar por una causa siempre me pareció una idea fútil. Confieso que siempre fui más egoísta, y me ha importado mucho más mi mundo interior que el exterior. Como pare de la ley de la compensación darwiniana, el Hado me dotó de una extrema empatía y sensibilidad para poder distinguir los estados de ánimo de la gente, lo que me ha impedido la mayoría de las veces hacerles daño conscientemente. Deduzco entonces que la naturaleza me creó para ser un ente que cree (del verbo crear) en lugar de uno de destruya; en la vida hay tres clases de humanos: los creadores, los destructores y los transformadores. Creo que, al igual que yo, tú perteneces al primer grupo. Saludos,
    Janeko

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    1. Sin embargo, la empatía está ahí, que es compasión. Pero el hombre es un animal ingrato. Como quisiera ser tambien del tercer grupo y, porque no, del segundo. Soy un creador con urgencia destructora para transformar. Si, mi misantropía es un desamor. La sigo amando a la maldita y perra humanidad y por eso la odio, porque no vale la pena. Gracias por leerme!

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